Más que merecido

El consenso era absoluto antes de que arrancara la final. España había sido el mejor equipo del torneo, ganara o no ganara. La que había jugado y competido mejor. Y así ha sido también en esta final, en la que Inglaterra también ha confirmado lo que viene mostrando desde su debut: una selección llena de talento individual que no ha sabido combinarlo y explotar las virtudes de cada uno a la que solo la épica (remontaron en octavos, en cuartos y en semis con goles sobre la hora) la han llevado a esta gran final.

Como en todas las finales el tanteo estuvo presente y el partido prácticamente arrancó en la segunda mitad, con la lesión de Rodri, MVP de la Eurocopa, y la entrada de Zubimendi de por medio. Lamine Yamal hizo la diagonal y, donde el otro día sacaba el rifle para meterla en la escuadra francesa, hoy eligió el compás para darle un pase perfecto a su amigo, a su hermano, a su posible futuro compañero de equipo, para que Nico Williams se confirmara como uno de los grandes nombres de la Eurocopa y lograra adelantar a España.

El asedio, una vez por delante en el marcador, fue aun mayor por parte de los de Luis de la Fuente. Las tuvieron de todos los colores pero ya lo sabéis, quien perdona lo paga, y a eso se debieron agarrar los ingleses antes de que Cole Palmer se amotinara ante Southgate y anotara el empate minutos después de salir al campo. Pero España tenía una hoja de ruta e Inglaterra no. Sólo faltaba elegir a un héroe.

Y si el otro día fue Mikel Merino, hoy fue su compañero en Donosti. Tras un magistral centro de Cucurella, Oyarzabal se olvidó de todos sus calvarios antes de apretar el rifle y rezar para que algún pelo de Stones rompiera el fuera de juego. Al final fue la rodilla del ingles lo que le salvó, daba igual. España era campeona y en el banquillo lo celebraban cuando todavía quedaban minutos por delante.